29 octubre 2012

GUATEMALA.

GUATEMALA. El golpe de Estado que estremeció a Guatemala en 1954 fue una operación encubierta, organizada por la CIA estadounidense para derrocar a Jacobo Arbenz Guzmán, el Presidente de Guatemala electo democráticamente. El gobierno de Arbenz, presentó una serie de reformas que la inteligencia estadounidense consideró como comunistas y las atribuyeron a la influencia soviética. Impulsando el temor de que Guatemala se convirtiese en una cabeza de playa soviética en América” (posición enemiga para la invasión). Estas acusaciones repercutieron en la CIA y la administración de Eisenhower, durante la era anticomunista del Macarthismo. Arbenz promulgó una reforma agraria que perjudicaba a la multinacional norteamericana United Fruit Company, con intereses en la oligarquía guatemalteca influenciada a través de grupos de presión en EE.UU. La operación que apenas duró de finales de 1953/1954, estaba planeada para armar un ejercito de liberación y tomar el país con aproximadamente 400 rebeldes, bajo el mando del oficial exiliado del ejercito guatemalteco Coronel Carlos Castillo Armas coordinándolo con una compleja artimaña diplomática, económica y propagandista. La invasión fue precedida desde 1951 por un plan de la CIA, para financiar y suministrar armas a las fuerzas opositoras al presidente (siempre hay traidores). A las 20.00 horas del 18 de junio, las fuerzas del coronel golpista Castillo Armas cruzaron la frontera. Divididos en cuatro grupos unos 480 soldados entraron a través de cinco puntos a lo largo de la frontera hondureña y salvadoreña, para simular mayor numero de soldados en un amplio frente y evitar la posibilidad de encaminarse por un único camino desfavorable. Además diez saboteadores entrenados en Estados Unidos, fueron por delante explotando puentes claves y cortando líneas de telégrafo. Las fuerzas de invasión fueron instruidas para reducir los encuentros reales con el ejército guatemalteco. El desarrollo entero de la invasión fue expresamente diseñado para sembrar el pánico y dar la impresión de probabilidades insuperables y atraer a la población y a los militares a su lado, antes que derrotarlos. Durante la invasión, la propaganda radiofónica transmitía falsos informes de enormes fuerzas que se unen a la población local en una revolución popular. Las fuerzas de Castillo Armas, se veían frente al fracaso decisivo invadiendo a pie y obstaculizados por el pesado equipo. Esto debilitó el impacto psicológico de la invasión inicial, pues los guatemaltecos comprendieron que no había peligro inmediato. Uno de los primeros grupos que llegaron a su objetivo, 122 rebeldes que pretendían captura la ciudad de Zacapa, fueron aplastados por un pequeño contingente de treinta soldados del ejercito guatemalteco, solo 28 rebeldes evitaron la muerte o captura. Una derrota mayor sobrevino al grupo de 170 rebeldes que quisieron capturar la protegida ciudad costera de Puerto Barrios. El jefe de policía al descubrir a los invasores armó a trabajadores portuarios locales y les asignó papeles defensivos. En cuestión de horas casi todos los rebeldes fueron muertos o cautivos, el resto huyó a Honduras. Tras tres días, dos de los cuatro grupos golpistas de Castillo Armas estaban vencidos. Intentando recuperarse Castillo ordenó un ataque aéreo sobre la capital, que fracasó puesto que solo un avión logró bombardear una pequeña cisterna de petróleo, creando un incendio que fue sofocado en 20 minutos. Después de estos fracasos rebeldes, el presidente Arbenz mandó a su comandante militar que permitiese a los rebeldes adentrarse en el país. Arbenz y su comandante principal no temían al ejército rebelde, pero estaban preocupados de que si dicho ejército eran aplastado daría un pretexto a los yanquis para una intervención militar directa, como había sucedido en otros países. Este miedo acobardó a la clase oficial quitándoles el deseo de derrotar a la diezmada tropa de Castillo. La presencia de fuerzas de asalto anfibias estadounidenses extendió el rumor de un desembarco de marineros gringos en Honduras. El miedo retornó a Arbenz y temió que los oficiales intimidados pactaran con Castillo, lo cual se confirmó y una guarnición entera del ejército se rindió ante Castillo. Unos días mas tarde en la ciudad de Chiquimula, Arbenz convocó a su gabinete para explicar que el ejército estaba con los rebeldes y el 27 de junio Arbenz anunció su renuncia y se asiló en la embajada de México.

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